Las enseñanzas volaban aburridas alrededor, los ángulos y fuerzas agolpaban nuestra mente enmarañada de ideas repentinas y sonidos extraños. Fuera de nuestra cárcel, se oían tronidos y relámpagos junto con voces que podrían semejarse a un gato maullando a media noche. Nuestros ojos sólo podían vislumbrar ciertos garabatos apiñados en la pared verdusca que se presentaba frente nuestras caras. Sólo distinguíamos esa leve armonía que se repetía cada vez más cercana de nuestros sentidos. Las notas musicales entraban a nuestros oídos como el viento que fluye por una ventana abierta. Nuestros pensamientos estaban abiertos a cualquier tipo de canto que allanara aquél borroso panorama. Como robots cuando reciben la orden de ¡ya!, cantamos una pequeña elevación de la nota en agudos constantes. Y las risas fluyeron en un mundo ahogado por la disciplina Al ver que la araña que tejía los garabatos sobre la pared verde paraba repentinamente, pudimos observar que no todo era tan borroso como lo era unos instantes antes, que todo tomaba forma. No era un sueño aquello que estábamos viviendo. Todos comprendimos menos esa garganta que siguió expresándose como pajarillo en pleno amanecer. Aquella era mía. Una mirada me atacó, se concentró en mis pupilas y no la pude contener. Todo estaba hecho, me había matado. Y me dejó allí, con una cuestión sin resolver ¿Cuándo pueden más los pensamientos que una carcajada a pleno despertar?
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